Patricia Hurtado S.

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Seis de la mañana, Agustina López comienza su ardua y difícil labor de vender frutas por las calles de Santa Cruz. Al observarla se puede ver el cansancio de su cuerpo por el trajín de cada día, su rostro muy resquebrajado por los fuertes rayos de sol; pero en él se ve la fortaleza de una madre que no escatima esfuerzo alguno para sacar adelante a sus pequeños hijos.

Dejando ver en su mirada la tristeza pero también la esperanza, nos comenta del porqué tomó la decisión de dedicarse a este trabajo: “No encontraba trabajo en ninguna parte, por eso decidí vender frutas en mi carrito ambulante”, explica Agustina. 

Ella nos contó que su capital es de 300 Bolivianos, capital con lo el que diariamente compra naranjas, mandarinas, guineos, limones, papayas y manzanas en el mercado Abasto, para surtir su carrito y revender por las alejadas y polvorientas calles de la periferia de la ciudad.

Le consultamos si su negocio le da buenas ganancias; ella respondió: “No gano mucho, es muy poquito pero por lo menos me alcanza para dar de comer a mis dos hijos, Juanita y Miguel”. Luego de una pausa, continúa diciéndonos que el día que le va mejor, logra vender unos 30 bolivianos. «No es suficiente para cubrir todas las necesidades de mi hogar, pero por lo menos tengo algo para sobrevivir ese día, junto a mi familia».

Después de nuestra larga conversación, y entrando en confianza se atreve a revelarnos con hondo pesar que hay días que el dinero que lleva a casa es tan poco, que apenas le alcanza para dar a sus niños un «tesito con pan».

Terminada nuestra plática se alejó, dejando ver en sus pasos el cansancio por  su sacrificada tarea,  con la esperanza de tener mejor suerte y  que el día de mañana sea diferente a aquellos en los que parece ser que sus ruegos y plegarias fueron olvidados.